lunes, 27 de abril de 2015

Despedida...


... wow. No estoy muy segura de cómo comenzaré esta carta... Quizás tengo un tiempo tratando de escribir esto pero el valor no me lo ha permitido, o los ojos llenos de lágrimas.
Y pasó. Así como en las estaciones del año;  pasa la vida, y después del otoño, llegó el crudo invierno de la vejez. 
Difícil discernir cuál de los dos fue peor: si el laberinto demente de mi querido Doctor A., o las enfermedades acumuladas junto a los cuidados requeridos por el Doctor de mi muñeca preciosa. Poco a poco, día a día, se iban deteriorando, complicando... Ya no podían respirar sin que una máquina les ayudara, ya no podían comer lo que se les antojara sin pagar las consecuencias de ello, ya no podían hacer una maleta e irse a donde el viento los quisiera llevar, ya no podían vivir su vida como estaban acostumbrados! Felices, paseando, disfrutando. Ahora estaban condenados a una cárcel de 140 metros cuadrados, dos hermosos pájaros que siempre fueron libres de volar juntos...
Y por eso un día, ya muy cansado de esa cárcel, el doctor A. regresó para darse cuenta que esa no era la vida que él quería vivir; y así, con esa discreción y ese sentido de la oportunidad que siempre lo caracterizó, se fue. 
Lo entendí, lo respeté y bendije su camino por recorrer... hice lo que correspondía... pero lo que jamás podía esperar es que no se iría sólo! Bien si se la llevó o si ella decidió acompañarle, mi muñeca se fue con su amado esposo, el doctor A., mi papá.
Qué dolor tan indescriptible fue despedir a mi reina desde mis brazos! A pesar de sus males, cómo podía imaginarme que ella emprendería viaje con él! Sé que se fue en paz, feliz de haber cumplido su misión; acompañarle hasta el final del camino. Pero qué duro ha sido para mi, que los cuidaba y los mimaba mas que como a unos padres, como a unos hijos.
Una parte de mi corazón se quedó para siempre con ellos. Una parte enorme de mi corazón, de hecho. Mi esperanza y mi consuelo es; que cuando el tiempo empiece a mitigar el dolor, pueda compensar ese vacío con  bonitos recuerdos. Que llegue el día que cuando los piense no me salga una lágrima, sino una sonrisa.
Gracias a mi querido Doctor A., por educarme, por enseñarme el valor del trabajo, de la honestidad, de valerme por mi misma, de las cosas bien hechas. Por enseñarme a buscar siempre la perfección (aunque la terapia no esté de acuerdo en este punto). Y a mi muñeca, quién me amó con las vísceras, me consintió hasta el día que se fue, quién me enseñó a ser misericordiosa, a pensar en el prójimo, a amar a Dios sobre todas las cosas y no cuestionar sus designios... por hacerme gente: GRACIAS TOTALES.
Con el alma espero que algún día, nos volvamos a ver.


  

y tu eres el número:

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