martes, 30 de noviembre de 2010

Epifanía


Hace pocos días me tocó viajar con los padres del hombre que desgració mi vida... Y no hablo de Polanco, él sólo me ha robado dinero. Este tipo me robó mi ilusion, mi confianza en la buena voluntad de la gente y mi fe. Me robó todo sueño de ser feliz.
Era tan fácil... Con tantos recuerdos removidos y a una fila de distancia, bien pude voltearme y echarles mi cuento de terror. Pero los vi detenidamente, y entendí que esos ancianos no tenian la culpa de lo que él me habia hecho. Y más aún, entendí que hacerlo era transformarme en la misma clase de persona que repudiaba, porque le estaría arruinando sus vacaciones y sabrá Dios que más a dos personas que probablemente tengan suficiente que cargar con sus propios demonios. Entendí, que algunas cuentas sólo debe cobrarlas Dios, porque la ley del Taleón pasó de moda hace muchos años.
Creo que esta vez, entendi diáfanamente lo que Dios me quiso decir... Y lo acepté.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Crónica de un secuestro


Enrique era un muchacho normal, de 27 años de edad. Abogado de profesión, había decidió trabajar con su papá el negocio de la construcción. Era un muchacho tranquilo, simpático y buena gente. De verdad, no inspiraba ninguna maldad.
Hace poco más de una semana, Enrique fue secuestrado llegando al negocio de su papá. Rápidamente los plagiarios contactaron a su familia pidiendo las perlas de la virgen. Perlas que la familia no tenía. En Venezuela el hampa no comprende que todo aquel que tiene un negocio propio no es millonario, ni tiene una cama llena de morocotas en su casa.
La familia de Enrique hizo lo que se presume es la mejor práctica: contactar a la policía anti secuestros. Ellos manejaban la operación. Luego de negociar un mejor precio por la vida de Enrique (cómo si la vida tuviese precio en metálico) concertaron lugar y fecha para el intercambio.
Cómo en la canción de Ricardo Arjona; algo salió mal: la policía llegó al sitio del intercambio y lo que consiguió fue a efectivos de las fuerzas armadas, de esos que dicen “el honor es su divisa”. Estos elementos no pudieron justificar que hacían en ese sitio a esa hora de la noche, por lo que obviamente no hubo intercambio… y tristemente tampoco hubo un final feliz para esta historia. Presumo que al verse descubiertos e incapaces de cobrar el rescate, decidieron matar a Enrique.
Para Enrique no hay hoy, ni mañana. Nueve disparos en la espalda le arrancaron la vida. Y para nosotros, los que seguimos viviendo en la tierra de nadie, habrá mañana?
Estoy segura que Dios recibió con los brazos abiertos a Enrique…

martes, 2 de noviembre de 2010

INEVITABLE


He tenido que asistir a dos matrimonios eclesiásticos… y es inevitable sentir nauseas, repulsión, asco. En eso, perdí la fe.
Las bodas me causan rencor. Me recuerdan todo lo que he pasado. Me abruma la ingenuidad de la gente que cree que el amor es para siempre; dulce y bonito. Yo sé que todas las historias no son tan horrendas como la mía, pero haber vivido la traición de la forma que yo la viví, deja un sabor de boca muy amargo. No quedan ganas de creer en nadie.
Porque al final, fue una traición: a los sentimientos, a los valores, a la honestidad. Fue una puñalada trapera en la espalda de alguien que aun estaba de rodillas a causa del maltrato y el desamor.
No me imagino el futuro. Hay demasiadas cosas en las que me cuesta un mundo creer.

Amigos

Mi papá trabajo 46 años en el mismo centro de salud. Llegó casi que poniendo las inyecciones, pues llegó como residente y su trabajo lo llevó al más alto puesto posible, al igual que a sus compañeros. Eran dueños y directores.
Al día siguiente de su evento, su “amigo” del alma llegó recomendándome que le vendiera hasta el alma. Mi papá aun vivía y aun vive. Su “amigo” ha decidido que él no me quiere en su junta directiva, aun sabiendo que legalmente me corresponde. Cómo se sentiría él, si tras 46 años luchando hombro a hombro por el mismo sueño, fuese papá quien quisiera despojar de lo que le corresponde a su familia?
Papá jamás me explicó nada. Ni a mi, ni a nadie. Pero sí confió ciegamente en este señor, que ni lo pensó en las primeras de cambio para apoderarse de lo que no es suyo.
Caras vemos, corazones no sabemos

y tu eres el número:

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