Sin embargo, este post no es para la mujer perfecta. Es para el hombre perfecto. Al menos para mi hombre perfecto:
Debe ser “resteado”. Es decir, sin miedos trascendentales. Que sea capaz de vivir y ser feliz tanto en el Bolivarian Kingdom como en Finlandia, sin resentimientos.
Tiene que ser un hombre sumamente paciente; no es fácil convivir conmigo. Tengo mis días de muy mal humor, tengo mis días depresivos, tengo mis días famélicos y tengo mis días eufóricos… Y todos pueden ocurrir en la misma semana.
Tiene que ser honesto. Punto. Sin ningún guardado importante. Ojo, todos tenemos pequeños secretos, pero mi hombre perfecto es alguien a quien no le dé pena admitir que odia a los niños y no quiere ser papá, con la misma facilidad con la que podría admitir que es divorciado dos veces y que tiene cuatro hijos.
Preferiblemente, me encantaría que fuese romántico. Que se acordara de cosas de las que seguro yo no me acuerdo, como el día que descubrió que si duermo boca arriba ronco como un gato.
Me encantaría que le guste viajar, tanto como a mí. Que espere chingo el fin de semana para salir a donde sea, a conocer por conocer, por aprender cosas nuevas… que trabaje, y mucho; porque el mundo mejor existe y es carísimo! Y yo quiero un mundo mejor.
Mi hombre perfecto es ese en el que yo puedo confiar, de quien no dudo. Que cada día a su lado le dé gracias a Dios por haberlo puesto en el camino, porque era la pieza que se me había perdido y la conseguí para optimizar mi proyecto de vida.
¿Y cómo es tu hombre perfecto?